Amanecía y nos trajeron un desayuno inexplicable que no comí.
En cambio, saqué una banana de la mochila
-Traes plátanos en tu bolso?-
-Bananas. Querés?-
-No, gracias!-
En las situaciones menos convenientes, siempre termino
quedando como “Mi novia Polly”. Es un don.
Llegamos a Dallas. Yo tenía que hacer una escala a Miami. El
tenía pensado quedarse en Dallas, pero quizás cambiaba su pasaje y venía a
Miami también. Le quedaba mejor para el vuelo que tenía al otro día.
Ah, hasta ahí no sabíamos nuestros nombres. Entonces me contó que se
llamaba Alejandro, pero no me hice demasiado problema. Es un nombre muy lindo,
objetivamente. Antes de bajar me dijo que me quería hacer un regalo y me entregó, con cierta solemnidad, un tubo con una lámina
adentro. Me explicó que tenía que ver con los mapuches y fuimos hablando por la
manga sobre una fundación que tiene su mamá que ayuda a rescatar el arte de esa
comunidad.
Lo del medio fue burocrático: colas, papeles, hablar con
gente nerviosa. Estábamos todos apurados porque el vuelo de Dallas a Miami
salía en una hora y parecía que íbamos a estar bastante más tiempo que eso esperando para pasar por
aduana.
El personal del aeropuerto que nos daba instrucciones tenía
un sombrero de cowboy enorme y no aparentaba ni decía nada tranquilizador.
-Pero si pierdo el
vuelo?- preguntaba yo nerviosísima y pasada de todo
-Te tomas otro, hay aviones a Miami muy seguido- replicaba el cowboy
-Pero yo después tengo que viajar hasta Buenos Aires-
-AHHH!
Buenos Aires!!! Dicen que es muy lindo
buenos aires!-
Y asi. Lejos de ponerme nerviosa, fantasee un poco. En todo
caso, si perdía el avión, nada iba a ser tan terrible. Nos quedábamos una noche
en Dallas bailando musica country con los parroquianos y el sheriff con el sombrero de cowboy
arriba de la barra un bar con puertas vaivén. Y al otro dia cada uno seguía con su
recorrido. Jamás estuve en Dallas, por cierto.
Pero bueno, llegué a mi vuelo, fui la ultima en embarcar.
Alejandro me ayudó con todo y lo más terrible es que no me pude despedir. Le
grite “GRACIAS!!” de lejos, que fue lo único que pude hacer. Pero lo quería
abrazar fuerte, contarle lo importante que había sido que haya estado en ese
lugar en ese viaje. Quería decirle que cuando me subí a ese avión era una y
que, después de esas 12 horas de casualidad y entendimiento mutuo, era otra. O
era de vuelta yo misma.
Pero no pude. Mientras el estaba en la ventanilla de la
aerolínea pidiendo que me esperen, una empleada de la misma agarraba mi valija
con toda velocidad y me mandaba corriendo por el gate 4.