Para una mujer, en cambio, el vocablo dieta es solamente el título de un archivo ubicado en su memoria que contiene una cantidad infinita de conocimiento ganada a fuerza de años de lectura de revistas Para Ti, investigación en sitios de internet afines (que van desde la prestigiosa Clínica Mayo hasta gordosenlalucha.com), deambulación por consultorios de nutricionistas y endocrinólogos y conversaciones con el entrenador del gimnasio.
Si bien son datos específicos, que podríamos calificar como profesionales, es bastante probable que si uno le pregunta a una dama cuál es su Indice de Masa Corporal, cuántas calorías tiene una rebanada de pan salvado doble o qué cantidad de actividad aeróbica se necesita practicar para utilizar los depósitos de energía lipídicos, ella lo conteste con total naturalidad: con la naturalidad de alguien que desde la pubertad ha mantenido una lucha sin cuartel contra los kilos de más, la naturalidad de alguien que ya se olvidó cómo era comer cuando tenía hambre y no cuando toque la “colación”, la naturalidad de alguien que sueña con mandar un día tanta conducta y dedicación al demonio y atiborrarse de obleas y alfajores triples, para luego pagarse una liposucción en algún prestigioso centro de estética.
Y es curioso, o irónico, pero tanta lucha pocas veces tiene sentido. La obsesión y la relación culposa que las mujeres tenemos con la comida pareciera haber desarrollado en nosotras un mecanismo refractario a cualquier nuevo plan de alimentación que se imponga: entonces por más que hagamos la dieta del repollo, la de algún doctor de moda -que en general es cardiólogo, en general es de Chicago, en general su apellido empieza con Mc y en general hace furor en Miami-, la de Cormillot con sus 46 raciones diarias o la de un planeta hace días descubierto; por más gelatina sin sabor y tallos de apio con Casancrem, la pesita de la balanza insiste en mantenerse en ese número que tanto nos atormenta.
Los hombres, en cambio, en un primer momento lucen su panza orgullosos, y cuando el médico los increpa simplemente dejan de comer pan o tomar Coca Cola, y adelgazan 15 kilos.
Pero bueno, no todos somos iguales. Ni siquiera las mujeres, poniéndome detallista.
Dentro del grupo femenino, tenemos matices como éstos:
La que todas queremos ser: Esta condenada come como un mamut embarazado. Ya le hicieron estudios parasitológicos, biopsias intestinales para ver si era celíaca y análisis de hormona tiroidea, pero todo está en perfecto orden; simplemente su cuerpo parece no haber sucumbido a los malditos mecanismos evolutivos, así que no almacena nada. Cada vez que la vemos está un poco más delgada y hasta llegamos a preocuparnos por su salud. Ella sonríe y nos deja tranquilas cuando propone ir a comprar una docena de donuts bañados con chocolate para acompañar el mate y el estudio.
A favor: disfruta de la comida sin la más remota culpa y siempre le quedan bien los jeans.
En contra: si algún día llegara a perderse en el desierto, no viviría más de 20 minutos.A algunos hombres les parece demasiado flaca.
La desinteresada: Para ella la comida es solamente alimento. Come cuando tiene hambre, deja el plato por la mitad si se siente satisfecha. No cocina casi nunca, salvo las premezclas de Blancaflor, a veces, para cuando invita a su novio a cenar. Tampoco muere por las golosinas, pero cada tanto compra algún bomboncito que puede conservar intacto por semanas en la cartera.
A favor: esa relación con los alimentos se me hace súper civilizada, natural y elegante.
En contra: en general, el mismo desinterés que tiene con la comida lo tiene con la mayoría de las cosas. Es como si le faltara pasión.
La resignada: Se sabe excedida de peso y eso le molesta, pero no tiene el carácter suficiente para someterse a un régimen. Suele quejarse y hacer comentarios irónicos al respecto de su apariencia, pero responde con negativas a sus amigas que le proponen ir a Body Combat o a Pilates. Por ahí empieza una dieta el lunes para desdibujarlas el martes y abandonarla por completo el miércoles, pero hasta allí llega su voluntad.
A favor: en general son chicas bonitas de cara o con alguna aptitud intelectual o cultural en la que se destacan, razón por la cual mantienen su austoestima.
En contra: no sé, pero me alarma la gente que no tiene voluntad.
La gorda feliz: Cada año que pasa sube dos talles de pantalón, pero a ella no le importa: se pone escotes un poco más profundos y se ríe a carcajadas de todo, contagiando buen humor y convidando las exquisiteces que cocina. Eligió disfrutar al máximo la comida y sacrificar en cambio la posibilidad de tener una buena figura.
A favor: en algún punto se parece a la que todos queremos ser, pero con unos 50 kilos de diferencia.
En contra: la quieren como amiga
La resentida: Su historia familiar, su contextura y sus piernas en X pronosticaban ya desde chica un futuro mórbido. Pero a los 13 años, cansada de las gastadas de los compañeros del colegio, le pidió a su mamá ir a un nutricionista y, desde entonces, vive a dieta estricta. Si bien las cosas mejoraron, tampoco cambiaron radicalmente, y ella es hoy en día una chica “rellenita”. Sin embargo, constante y tenaz como es, insiste en su lucha, convencida de que alguna vez llegará el día en que podrá silenciar los genes que heredó con yogur descremado.
A favor: Su voluntad de acero
En contra: Su envidia e intranquilidad. Esta es la que mira de arriba abajo -como si quisiera escanearlas- a las chicas más longuilíneas con los ojos inyectados, mientras rechaza el postre y pide agua con limón.
La pelotuda: Llora por los tres kilos que ganó en invierno y hace escándalo en un restaurante si la milanesa que pidió tiene mucho pan rallado, pero reemplaza los “permitidos” de la dieta a su gusto y antojo, total se come 4 facturas con pastelera pero cena ensaladita (eso sí, con medio bidón de aceite)...o en lugar de usar ese queso sin gusto desliza sobre las tostadas “Manty” de pote verde.
A favor: su inocencia es admirable.
En contra: su ignorancia no.
La maniática: hace tres clases de step por día, pero obviamente todas mal. A ella no le preocupa entrenar o tener buena salud. Su pobres neuronas -que se matan entre sí por quedarse con la última molécula de glucosa que fluye por la sangre- solo entienden los conceptos de caloría y balanza. Salta y salta y salta como enchufada a una central eléctrica, pero trabaja mal los músculos y termina con los ligamentos destrozados. Fuma cuando tiene hambre y se la pasa hablando de los cuatro kilos de asado y los 9 platos de ravioles que se comió el fin de semana, aunque todos sabemos que es mentira y ella sepa que nosotros sabemos que es mentira.
A favor: las historias de todo lo que come son desopilantes.
En contra: está enferma.
La Fan: Empezó dieta hace un mes y desde entonces se convirtió en una soldadita de la salud. Va para todos lados con sus tuppers con cereal o tiras de zanahoria y no deja de comentar ni un segundo lo bien que tiene la piel y cómo le volvió a entrar la ropa de antes de casarse. Dos veces por semana va “al grupo”, que son reuniones en el consultorio del médico que trata a ella y a otro puñado de valientes: allí intercambian recetas bajas en calorías y consejos para cuando sobrevienen los ataques de ansiedad. No entiende cómo hizo durante tanto tiempo para vivir sin comer su granola a la mañana, sin tomar su vaso de jugo de frutas antes de dormir o sin correr sus 7 km diarios.
A favor: vida sana y felicidad. El consabido equilibrio.
En contra: es un estado perecedero. Aburrirse de tanta falacia y volver a la sedentaria práctica de atorarse con dulce de leche en el sillón es un mera cuestión de tiempo.