6 abr 2014

RSF VI: Tu nombre sobre mi nombre

Amanecía y nos trajeron un desayuno inexplicable que no comí. En cambio, saqué una banana de la mochila
-Traes plátanos en tu bolso?-
-Bananas. Querés?-
-No, gracias!-

En las situaciones menos convenientes, siempre termino quedando como “Mi novia Polly”. Es un don.
Llegamos a Dallas. Yo tenía que hacer una escala a Miami. El tenía pensado quedarse en Dallas, pero quizás cambiaba su pasaje y venía a Miami también. Le quedaba mejor para el vuelo que tenía al otro día.
Ah, hasta ahí no sabíamos nuestros nombres. Entonces me contó que se llamaba Alejandro, pero no me hice demasiado problema. Es un nombre muy lindo, objetivamente. Antes de bajar me dijo que me quería hacer un regalo y me entregó, con cierta solemnidad, un tubo con una lámina adentro. Me explicó que tenía que ver con los mapuches y fuimos hablando por la manga sobre una fundación que tiene su mamá que ayuda a rescatar el arte de esa comunidad.
Lo del medio fue burocrático: colas, papeles, hablar con gente nerviosa. Estábamos todos apurados porque el vuelo de Dallas a Miami salía en una hora y parecía que íbamos a estar bastante  más tiempo que eso esperando para pasar por aduana.
El personal del aeropuerto que nos daba instrucciones tenía un sombrero de cowboy enorme y no aparentaba ni decía nada tranquilizador.

 -Pero si pierdo el vuelo?- preguntaba yo nerviosísima y pasada de todo
 -Te tomas otro, hay aviones a Miami muy seguido- replicaba el cowboy
-Pero yo después tengo que viajar hasta Buenos Aires-
-AHHH! Buenos Aires!!!  Dicen que es muy lindo buenos aires!- 

Y asi. Lejos de ponerme nerviosa, fantasee un poco. En todo caso, si perdía el avión, nada iba a ser tan terrible. Nos quedábamos una noche en Dallas bailando musica country con los parroquianos y el sheriff con el sombrero de cowboy arriba de la barra un bar con puertas vaivén. Y al otro dia cada uno seguía con su recorrido. Jamás estuve en Dallas, por cierto. 

Pero bueno, llegué a mi vuelo, fui la ultima en embarcar. Alejandro me ayudó con todo y lo más terrible es que no me pude despedir. Le grite “GRACIAS!!” de lejos, que fue lo único que pude hacer. Pero lo quería abrazar fuerte, contarle lo importante que había sido que haya estado en ese lugar en ese viaje. Quería decirle que cuando me subí a ese avión era una y que, después de esas 12 horas de casualidad y entendimiento mutuo, era otra. O era de vuelta yo misma. 
Pero no pude. Mientras el estaba en la ventanilla de la aerolínea pidiendo que me esperen, una empleada de la misma agarraba mi valija con toda velocidad y me mandaba corriendo por el gate 4.